miércoles, 14 de enero de 2015

“Hay que vivir como se piensa, o se termina pensando como se vive” José Mujica

Como pensamos, que más bien es lo que creemos, se compone de muchas cosas. Desde el DNA de nuestros antepasados, hasta cada simple y sencilla frase que algún día alguno de nuestros padres, amigos o profesores nos dijo, sumado todo esto a algún modelo mental establecido por la historia de nuestra cultura. O sea que somos algo así como un paquetito de juicios que se consolida desde nuestras experiencias, donde se incluye tanto lo vivido como lo soñado y cuya característica es el ser o estar finalmente “educado”, que a su vez se entiende (aquí en México) como la obtención de los comportamientos más básicos como; saludar a las personas, no echar eructos y flatulencias en público, decir “mande” en vez de “que”, no masticar con la boca abierta y mucho menos hablar, hasta cosas más sofisticadas como dejar pasar a las damas, esperar a que todos tengan su plato en la mesa antes de comenzar a comer y por supuesto todas las acciones ecológicas y civiles como no tirar basura, recoger la caca de tus perros y dejar pasar siempre a los peatones, esto entre muchos otros ejemplos. El tema es que el paquete de esta educación es en una gran medida responsabilidad por supuesto de nuestros padres y en otra, también grande, de las instituciones que nos constituyen como cultura, sociedad y país, y si bien, el interés de los primeros, puede radicar en nuestro bienestar, pues el de los segundos, no tanto, y como estas segundas, y a veces los primeros, pasan el rasero a todas las personas por igual, pues las sutilezas de la educación muchas veces se confunden y quedan en un tema que no es ni blanco, ni negro o sea como un gris, que es lo mismo que algo que es difícil de entender y que normalmente cabe en algo así como un ¿Porqué? , que si bien lo piensas, es la palabra preferida de los niños.


Ser niño es el estado perfecto (casi casi como estar de viaje) y por alguna razón, en algo en lo que papás e instituciones coinciden, es en que a ese nuevo ser humano se le tiene que sacar de ese estado para llevarlo al estado de “adulto” cuya principal característica debería ser la “responsabilidad” (aunque realmente no se de donde salió eso, pues existen miles de pruebas que demuestran lo contrario). El caso es que en esta transición, pues es cuando se nos llena la cabeza de “por que´s” que normalmente no llegan a tener una respuesta satisfactoria y lo único que hacen es irnos transformando de niños a camellos, que se esperan dos horas después de comer para poder nadar, hacen la primera comunión sin entender qué significa, le pegan a una piñata para destruirla después de haberla escogido por bonita y dejan de tumbarse en cualquier piso cuando estan aburridos o cansados. Pero eso del Camello, no es que me lo haya inventado yo así de la nada. Resulta que según Nietzsche, después de eso de la educación, todos acabamos como camellos y pasamos gran parte de nuestra vida, sino es que toda, cargando una bola de preceptos sociales y morales apegados a un “deber ser” que es constantemente evaluado y juzgado por sociedades e instituciones. Pero no solo andamos así obedientes y cargando, sino que además la cosa esta diseñada para que nos sintamos orgullosos de las cargas y los preceptos que se nos asignan y dígase con eso, ser “bien responsables”, tener buenas calificaciones, tener trabajo, casarse y tener hijos, atender la tener casa, ser puntuales, peinarse, andar de traje, confesarse de los pecados y así, hasta sentirse orgulloso y feliz por el sacrificio que supuestamente uno hace.
A este tema que inicia con el camello, Nietzsche le llamó “La progresión del espíritu” y en cuanto lo leí, lo primero que vino a mi mente fué cuando en el 2004, tuve que echar para atrás mi declaración de “nunca más usaré traje y corbata” (que si no mal recuerdo fué por ahí del 1995) solo por la incomodidad que le generaba a mis jefes la posibilidad de que yo me vistieran “indebidamente” en las ceremonias de graduación durante mi periodo académico. Resulta que como lo vengo diciendo, después de “la educación” uno termina como Camello; cargador, orgulloso y obediente. Sin embargo, algunos de esos camellos empezamos a revelarnos cuando vienen los “porques” y sacando nuestras conclusiones en forma de “no usare trajes”, “no me cortare el pelo”, “no me casaré”, “no tendré hijos”, “no seré ama de casa”, “no quiero hacer las tareas”, “no le tendré miedo a mi jefe”, “no me quiero fajar la camisa” y así, cosas como las que hacen y dicen los niños, los artistas y los diseñadores y la metáfora de este acto de revelación es la que maneja Nietzsche en la figura de dejar de ser Camello para volverse un León, “el cual se revela contra los preceptos morales para iniciar una encarnizada lucha contra el Dragón”, mismo que por su lado representa todo aquello que domina al camello. El León es entonces la figura del “Yo quiero” y el Dragón del “Tú debes” y cuando el León triunfa sobre el Dragón, es entonces que aparece la última figura en forma de “el Niño”, cuya característica representa la libertad de juicio y por ende la libertad de acción, no para seguir los valores existentes sino para la creación nuevos valores. En resumen, el Camello obedece los preceptos y valores establecidos, el León lucha contra el Dragón el cual  defiende dichos preceptos y el Niño se libera para crear los nuevos preceptos y valores que regirán su vida.


De acuerdo a mi experiencia, el valor de esta progresión, no esta en la permanencia de cada figura. O sea no se trata de abandonar al Camello, luchar como León y regresar a ser Niños. Para mi, el valor está en conocer y entender cómo cada figura se comporta y utilizarla no sólo para transformar nuestro espíritu, sino para la transformación en general, diganse clientes, empresas, parejas, hijos y así. La transformación es una estrategia de acción y es la misma progresión en sí.


Tener la capacidad de pensar como niño, es tener el poder de la creación. Si vivimos pensando que somos creadores, podemos vivir creando. Lo bonito es que a fin de cuentas, uno sale de niño para volver a ser niño, y prefiero entender que no se puede volver sin haber sido una y otra vez Camello y León y cada vez que renace el niño es porque surgió de un León y un Dragón enamorados y que el resultado es un niño cuyo pensamiento y entendimiento del poder, contrario a lo que pensamos, es un tema mas de posibilidad que de fuerza.
He aquí el texto completo de la evolución del espíritu.


El poder del Camello
El camello es servicial, se encuentra especialmente ocupado de llevar a cabo los preceptos que se le han impuesto. La diligencia, hace arrodillarse al camello ante las cargas que se le han impuesto para llevarlas a cabo. Pero eso no es todo, sino que la fortaleza de la que el camello dispone para llevar a cabo los mandatos heredados son parte de su regocijo. La humillación propia es tomada como un valor, así como la dedicación a los otros. El camello es aquél que se arrodilla para recibir las cargas. El camello es el espíritu de carga, de sumisión a los valores y prácticas tradicionales.
El poder del León
En esta segunda figura vemos un espíritu que se encuentra decidido a enfrentarse al deber que implica lo tradicional. Este enfrentamiento lo figura Nietzsche entre el león y el dragón. Por un lado, el espíritu ya siendo león, ansía la conquista de la libertad allá en su desierto poniendo de manifiesto claramente su deseo: el “yo quiero”. Por el otro lado vemos al dragón que es la figura del “tu debes“, es decir, los anteriores valores del camello, ahora puestos ante el león para interponerse entre su decisión y la libertad. El dragón es todos los valores de lo tradicional que el león se atreve ahora a desafiar. El león es el espíritu desafiante que intenta conseguir liberarse de lo moral, destruyendo al anterior camello servicial y venciendo al dragón del “tu debes”.
El poder del Niño
La figura del niño es aquella que representa el tercer momento de la transformación del espíritu del hombre y es aquella que se encuentra en la posibilidad de llevar a cabo el momento positivo de creación de valores nuevos. Nos encontramos que el niño juega, y para este juego es preciso poder decir , para decidir crear efectivamente otros valores y poder (tras haberse retirado del mundo) conquistar su mundo mediante su voluntad. Nada queda entonces del camello ni del león en la figura del niño, ésta se encuentra encargada de la creación de los nuevos valores, es el espíritu creativo, con el cual se culmina en la transmutación de todos los valores.