martes, 23 de febrero de 2016

"To survive, we have to tell stories" Umberto Eco

Que quede claro que esto no se trata de un homenaje. Esto es una mera coincidencia entre lo que anda uno viviendo y lo que sucede de repente y, lo que sucedió ahora que murió Umberto Eco fué que mi amiga Eugenia González posteo la frase está de las historias y coincidió con lo que me anda dando vuelta estos días en mi cabeza.

Las historias o como le decimos ahora en el medio, el “Storytelling”, se ha vuelto una herramienta esencial para poder hacer diseño en este mundo cada vez más lleno de diseñadores y más lleno de objetos. Ya sea por medio de una marca, a través de un estudio etnográfico o generando un impacto en las redes sociales, la creación de una historia hoy en día constituye tanto al objeto como al diseñador, lo que quiere decir, que la creatividad ya no solo se usa para la gestación del producto sino también para la creación de la historia. Pero esas historias creadas son diferentes a “la historia” pasada. Las primeras son resultado de la creatividad, la fantasía y la imaginación y normalmente se generan para proyectar futuros mientras que la segunda, esa está basada en hechos y acontecimientos reales. O sea que es como que un manejo de información y tiempo, uno genera la historia, asumiendo, concluyendo, inventando y después, si la historia es buena, y el producto la válida y el diseñador responde, entonces pasa el tiempo y se hace “historia”. Entonces, literalmente lo que nos inventamos más que una historia es un cuento; que si observamos al usuario… que si el consumidor prefiere… que si el valor de la marca es tal… que si la tendencia… que si el experto… que si el proceso creativo… enfin… es puro cuento que, si lo contamos bien, pues se vuelve la realidad que construye la historia y que despues nos permitirá seguir, avanzar y hacer más y mejores cuentos para seguir adelante. Somos como máquinas donde metemos información y sacamos cuentos y eso, me parece genial, porque significa que no solo puede ser usado para los objetos sino para nuestra vida en sí, lo que quiere decir que lo que podemos ser y en lo que nos podemos convertir, esta directamente relacionado con nuestra capacidad de observar, de retener, de imaginar y de crear y, lo que fuimos o más bien somos, es la coherencia y el acierto que tuvimos entre lo que imaginamos, la forma en que lo contamos y lo que realmente logramos ser. Como alguna vez le oí decir al coach Rafael Echeverría, (no me acuerdo si en vivo o en un libro) “Somos las historias que nos contamos para justificar lo que hacemos…” aunque yo, partiendo de la importancia de la creatividad en la vida la dejaría así: ”Somos las historias que nos contamos para planear lo que seremos…”

Ahora voy a la segunda parte que es la que se me hace más interesante. Por alguna razón, la otra noche me llegó una imagen específica de lo que era mi vida seis o siete años atrás y sin entrar en detalles, recordaba una serie de momentos que ahora son totalmente ajenos a mi vida, mi realidad y mi cotidianidad, pero que sin embargo y a pesar de eso, recordé con gran felicidad, cosa que tal vez no sorprenda tanto. Lo que sí me sorprendió es que después de ese festín de recuerdos no me llego ninguna cruda de nostalgia, tristeza o arrepentimiento, solo fué felicidad. He pasado algunos días analizando el punto, y me surgieron varias teorías que creo se van entrelazando. La primera, va conectada con el tema de las historias, o sea esas que me he venido contando toda la vida sobre aquello que quiero ser y hacer. Desde niño, nunca he dejado de imaginar lo que pudiera ser en mi vida, en algunos casos dio cierto y en otros me sucedieron cosas imprevistas que me han traído hasta donde estoy y, revisando los últimos años, encuentro la constante que cada vez que me cuento un cuento, este es más emocionante que el cuento que ya se volvió historia, o sea que la condición es que el cuento de una u otra manera supera a la historia anterior y no se si sea en cuanto al desafío, la novedad, el reto, el crecimiento, la experiencia o todo junto y a la vez, el caso es que mi visión del futuro es tan emocionante que se equilibra con el sentimiento de felicidad del pasado, o sea, es sentir felicidad y satisfacción por el pasado pero sin anhelo, porque se tiene la certeza que en el futuro viene algo mejor. El segundo punto creo que es la edad. La infancia y la juventud y hasta la misma madurez treintañera, nos dan siempre un sentimiento de vida infinita. Mismo si tenemos plena conciencia de la muerte, parece que los padres siempre fueron y serán padres, los abuelos siempre abuelos y nosotros, siempre seremos los jóvenes… Hasta que van llegando los cuarenta y luego los cincuenta y te empiezan a dar algunos cubetazos de realidad hasta el punto de entender que si, la vida se te está yendo y aunque todo el tiempo te anduvieron recetando eso de que hay que vivir cada día como si fuera el último, pues la verdad es que toma su tiempo entenderlo y hoy, tengo plena conciencia que es así e independientemente de pasados y futuros, hoy me queda claro, como dijeron en el Kung Fu Panda, que el presente es un regalo que no hay que dejar pasar. Vistas las historias que nos contamos y el presente como regalo, ahora voy a conectar con el tercer punto que junta un poco los dos primeros. Una vez mi hijo Horacio cuando tenía como cuatro años estaba viendo una película cuando se le acercó su abuelo y le preguntó jovial como siempre es; “Yayito!! de qué se trata la película?” y Horacio así bien serio se volteó, lo miró con un poco de extrañeza y le respondió “De verla abuelo. Se trata de verla y nada más” y volvió a su película. La anécdota me gusta porque de eso se trata la vida, nuestra vida, solo se trata de vivirla y nada más, solo así, y decir que se vivió mucho porque se vivieron muchos años es un gran error. La vida no se vive con años, la vida se vive generando recuerdos… creando historias.

Cuando analizamos la historia, así en general, esta se construye en base sucesos. Normalmente la historia cuenta el acontecimiento sucedido. Hay historias que no llegan a lo que podrían haber llegado y la ausencia de ese suceso se vuelve también la historia, o sea la memoria de lo que podría haber sucedido y no sucedió. Por otro lado cuando nada sucede, pues no hay historia, ni pasado, ni recuerdo, solo se va la vida en el tiempo. Entonces para que haya historia tiene que haber sucesos, pero por alguna extraña razón llega un momento en la vida en que tratamos de limitar la variedad y la cantidad de los eventos y las experiencias que vivimos, como que nos dosificamos y empezamos a limitar las experiencias, evitamos los viajes, mantenemos los mismos trabajos, nos quedamos en la misma casa, en la misma ciudad, evitamos conocer mas personas… y así, nos contamos la historia de que entre menos cambio es mejor y es el momento creo, cuando el pasado se nos puede empezar a venir encima.

Umberto Eco dijo…”Para sobrevivir hay que contar cuentos” y como yo lo interpreto es: Hay que contarse un cuento bien emocionante sobre lo que el futuro va a ser y hay que ponerle los eventos, unos complejos y otros simples, unos desafiadores y otros placenteros. Los primeros  ayudarán a convertir en historia al cuento y los segundos, esos simples y placenteros, te harán entender que la vida es un presente. Así cuando el pasado se te venga encima y este llamando tu atención, podrás voltear, disfrutar y seguir para adelante con el placer del presente y la emoción de futuro, al menos mientras haya cuerda. Pero si no te sucede así, sino estás sobreviviendo a tus recuerdos, lo que puede suceder es que no estás contándote los cuentos que necesitas contarte y la nostalgia ya te lo está cobrando.

domingo, 3 de mayo de 2015

El mundo tiene mas caras que gestos.



Cuando el hombre tuvo la necesidad de almacenar agua, inicio con las manos en forma de cuenco y de ahí, se puso a crear con materiales y formas todo lo que requirió para su vida, evolución y supervivencia, pasando de la fabricación de la primer jícara, al diseño de una serie interminable de objetos para contener líquidos que van desde la cuchara, la copa de vino, la taza, el plato sopero y la cisterna, hasta las sofisticadas playas artificiales en el Japón. La misma reflexión tengo cuando puedo echarme una paseadita por algún museo de arte donde se pueda observar la pintura y su evolución en el tiempo. Desde la perspectiva tanto de la técnica como de la temática, hemos pasado de pintar con tierra en una cueva a generar obras completas con sangre de animales o pintar usando como herramienta, la vagina. Es un hecho que en nuestro desarrollo como civilización hemos ido avanzando siempre llevando al máximo la diversificación y la posibilidad creativa, pero si a este fenómeno de saturación de propuestas, le sumamos el fenómeno de la industrialización, el consumo, el internet y las redes sociales, el resultado es apabullante.

El diseño empezó a conquistarme cuando era pequeño porque me sorprendía demostrándome que en ese momento de mi vida, en el que descubría y definía el mundo, siempre había alguien que hacia algo diferente. Recuerdo por ejemplo la primera vez que andando en bicicleta alrededor de los viveros de Coyoacán me tope con el Javelin, el Gremlin, el Pacer y el AMX de la marca VAM en México o American Motors en USA (jóvenes millennials si no entienden esto a Googlear) la cual retaba con sus diseños la convencional geometría de la industria automotriz de la época derivada del “diseño para la manufactura” que guiaba al resto de los fabricantes y cabe decir, estructuraba el modelo educativo de las escuelas antes de que llegaran los enfoques artísticos, sociales y sustentables actuales. Por supuesto que en ese momento no lo enuncié así, solo pensé; “esto es diferente, y me hace sentir bien descubrirlo” y de ahí, seguí disfrutando dicho sentimiento cada vez que veía los nuevos autos de la formula uno o cuando visitaba la casa de mi amigo Bertrand Amezcua que estaba amueblada prácticamente en su totalidad con muebles de Knoll. Después de eso decidí que no solo quería sentir en el descubrir sino en el descubrir creando y fue que me volví diseñador, con lo que empezó una cadencia intensa de emociones en diversas y variadas situaciones y experiencias de las cuales aprendí, que la mejor señal para saber cuando algo es nuevo y emocionante es el simple hecho de sentir como mi cuerpo se pone con piel de gallina y lo que me hace escribir este post, es que por primera vez después de veinticinco años de carrera descubro que pocas cosas (en el ámbito de diseño) me pueden hacer sentir lo que me hizo sentir la agencia VAM en el 76.

Siendo concretos y dada la complejidad del tema, quiero partir del hecho que el diseño industrial puede entregar dos cosas, una función adecuada y una forma agradable dentro de una esfera de factibilidad. Después de pensar y pensar, solo alrededor de estos parámetros,  mi conclusión es que estamos llegando a un punto que desde mi perspectiva tiene dos posibles explicaciones y cada explicación tiene un enfoque diferente. Enfocando al diseñador como responsable de la creación, pudiera ser que hemos llegado a un punto de creación en que las posibilidades de atender de mejor manera una función o crear nuevas estéticas con la combinación de volúmenes y superficies ya no van a dar para mas ¿cuántas sillas mas vamos a poder diseñar sin emular algo que existe? ¿cuántas tazas? ¿cuántas formas de luminarias nos quedan que no hayan sido ya exploradas en su forma y función? Desde este enfoque pareciera que el espacio de creación del diseño, como el bosque y como el agua, ya nos lo estamos terminando y hoy, el “ser y resolver diferente” no es un tema tan sencillo, como lo era unos años atrás. La segunda explicación enfocada en la disciplina, es que podemos seguir creando tantas mesas, como libreros, teléfonos, thermos y llaveros queramos con mas y mas formas diferentes, pero es tal ya la diversidad de marcas, modelos y propuestas que la sorpresa por la creación se esta diluyendo, lo que querría decir que el diseño esta perdiendo su valor en la diferenciación por el mismo hecho de la trivialización y saturación de la misma, o sea que las funciones se nos están agotando al tiempo que ser formalmente diferente ya no hace ninguna diferencia. Ante estos escenarios de saturación, podemos ver como diseñadores y empresas están encontrando otras vías de posibilidad, una la del tratamiento del diseño como un arte donde se enfatiza al valor de la creación, del mensaje y del autor per sé, la otra, la de la tecnología, ya sea en procesos, en materiales o en la interacción y conectividad con el objeto y la tercera la de la innovación, donde lo que hacemos es en lugar de combinar formas, combinamos funciones.


Quiero entonces entender que el diseño se esta volviendo una disciplina que ante la saturación pudiera estar perdiendo su valor cuando hablamos solo de diferenciación y, la competencia y necesidad de ser diferentes nos ha hecho perder el foco de lo que es la esencia, que es, lo que de valor se entrega. Y puede ser que ahí este el problema… ¿cual es hoy la definición de valor? ¿es la función? ¿es la forma? ¿es la marca? ¿es la tecnología? ¿es la firma de un diseñador? Creo que ya no lo sabemos, no solo los diseñadores, tampoco los consumidores. Tengo la sensación que hace veinte o treinta años el diseño era una disciplina maravillosa y poco conocida que entregaba rápido el valor por medio de un elemento diferenciador y ahora, ya no lo siento así. Siento que la disciplina, así como hoy la definimos, pudiera esta destinada a volverse un commodity o, para decirlo de una manera mas positiva, a volverse finalmente “democrática” que si no mal recuerdo es lo que soñábamos y clamábamos los diseñadores en los 90´s. Pero no solo nos esta pasando a los diseñadores sino también a los músicos, los escritores, los arquitectos, los pintores, los fotógrafos, los científicos, los veterinarios, los atletas extremos y los vendedores de seguros. Hoy todos nos topamos creatividad, propuesta y exposición como un commodity y los que nos llamamos creadores tenemos que aprender a lidiar con eso pronto o ponernos ya a buscar cuál es la próxima puerta para experimentar, para lo cual lo que se necesita es mucha creatividad. Solo así.

miércoles, 18 de marzo de 2015

¿Cómo podemos dejar de ser humanos para convertirnos en dinamita? Nietzsche

De niño los futuros siempre se sienten lejanos y en mi caso, he de decir, que anhelaba su llegada. No se porque, pero todo el tiempo ya quería ser grande (tal vez esa pueda ser la única cosa de la que me arrepiento). Supongo que también era porque parecía que con el ser grande vendría una especie de posibilidad que en el presente no existía. Creo que el único periodo de inconsciencia sobre el tema fue cuando era bebe y me duro hasta el kínder o por ahí de los 7 años, después fue pura persecución del tiempo. En primaria quería estar en secundaria, en secundaria en preparatoria y luego, ansiaba con terminar la carrera para montar mi negocio. Lo bonita de esas épocas, tanto de la infancia como de la juventud, es que el pasado no pesa, solo es algo simple que se reduce a tirar los juguetes, cambiar de escuela, o a lo mucho, re-encontrar a alguien después de un par de años. Como que en esa edad, todo se cubre con el mismo paraguas, el del presente que parece serlo todo y el futuro, que por su lado, es un enorme paquete que esta ahí esperando, como inalcanzable y casi infinito. Eso solo dura un rato y es como hasta los 28 o 30, que el tiempo se acumula y el pasado te empieza a dar tus bofetadas de 5,6 o 10 años de fuerza, con algún recuerdo que pensabas reciente. Después la cosa se complica mas porque ya no es un solo pasado, sino son uno sobre otro y otro y otro y así, como olas que se van acumulando y perdiendo en la distancia a medida que se van comiendo poco a poco nuestro futuro.

Como todo en esta vida, las cosas se ven diferentes dependiendo desde donde las mires. En diseño y arquitectura le llamamos “perspectivas” y cuando queremos mostrar algo de la mejor manera, le tenemos que encontrar a la perspectiva “el mejor ángulo”. El mismo objeto puede ser bonito o feo solo con cambiar la perspectiva. Lo mismo pasa con los eventos de la vida, pero la gran diferencia es que en el diseño solo usamos la mirada y en la vida, se usan cosas diferentes. El pasado se mira desde el recuerdo, la memoria y la interpretación, que viene a ser precisamente la perspectiva. El presente se siente, con todo, con los sentidos, con el cuerpo, con la mente, con los poros. Al presente te le entregas sinestésicamente y este es fácil, porque aunque se le pueden dar muchas perspectivas, a fin de cuentas o se siente bien o se siente mal y punto, sin tanta reflexión. Finalmente el futuro, ese se crea, se piensa y se imagina. La cosa se complica porque uno se relaciona con otro y el otro con el que sigue y el ultimo con el primero y si no se manejan bien los ángulos, pues las malas perspectivas se pueden quedar para toda la vida, echándose tu pasado, afectando tu presente y mermando tu futuro. El secreto esta creo, en siempre sentir que el presente esta bien y ya con eso, la memoria queda gravada y el pasado queda en una buena perspectiva. Un presente que se siente mal, es un pasado que esta siendo dibujado en una mala perspectiva, desde un mal ángulo. Siempre hay que corregir el ángulo en el presente, sino, el pasado nos quedará mal.

Yo esto de los tiempos lo imagino así. Uno en la vida esta parado en un arco, de esos que les llaman de punto, que están hechos con unas piedras rectangulares que hacen las columnas y otras trapezoidales, que son las que empiezan a generar una curva para venir a cerrar en el punto mas alto, con la piedra final, la del centro, que es mas grandecita y se llama “piedra clave”. Antes de pasar el arco esta el pasado y después de pasarlo el futuro y cada piedra de tu arco es cada uno de los elemento que constituye tu ser y tu presente. Las piedras se elaboran con tiempo y además, y gracias a ellas, puedes delimitar y marcar donde inicia la visión hacia el futuro. Las piedras cuadradas son estables, y ahí siempre estarán, pues son todas esas declaraciones que obtenemos y que nos constituyen como son; las actas de nacimiento, las nacionalidades, los certificados de estudios, las escrituras de las casas, los libros escritos, las lenguas aprendidas y los premios ganados. Las piedras trapezoidales por su lado, es todo eso que se esta moviendo y que vienen a tener una conexión mucho mas directa con lo humano y con el tiempo. Digamos el trabajo, las relaciones, la familia, las amistades, la salud y así. Además hay una argamasa que une las piedras, que no la notamos hasta que nos faltan y que son esenciales para nuestro presente y esas son los calentadores del agua, la conexión de internet, el celular, el auto, la luz, la ropa, los seguros y así. Por el arco pasa el tiempo y aunque algunas personas le intentan poner una puerta, finalmente la puerta siempre se vence. El pasar del tiempo pone, quita y desgasta piedras, cada piedra tiene su historia, y no solo te constituye como un ser en el presente, sino que describe tu pasado y te ayuda a proyectar tu devenir hacia el futuro. Hay piedras que se pueden cambiar y hay otras que se les pueden poner mas piedras encima, pero lo verdaderamente importante es entender que la piedra que detiene todo es la piedra clave y a esa, hay que ponerle mucha atención porque si por algo desaparece zaz!! todo tu arco se cae y aunque pareciera que ahí las piedras siguen, a veces algunas se rompen, desaparecen o se pierden en añicos. Es importante saber cual es tu piedra clave, porque no para todas las personas es la misma. Hay quien la tiene en forma de ahorro o de pareja o de mascota. Hay quienes le dan forma de PhD, de posteos en Facebook o de su mismo pasado, que es cuando lo mas importante que tienes es haber sido quien fuiste, como le pasa a Pelé.


La analogía también me gusta, porque tiene otras cosas interesantes. Por ejemplo, cuando solo vives volteando hacia el pasado y los futuros te sorprenden como si fueran eventos aislados del azar o de la suerte. O no sabes cual es tu piedra clave, o si, pero no sabes de que esta hecha, no tienes el poder de controlarla o no sabes que es posible que esa piedra no aguante la presión a la que la estas sometiendo. Y así, cada quien le puede poner historias a la analogía, a sus piedras y a su arco. Yo por ejemplo, a veces lo dinamito. Hacer eso al principio asusta, porque el resultado es vivir en un espacio sin arco, donde no es tangible nada de lo que te constituye y claro, con eso el presente y el pasado se diluyen con el futuro sin una clara distinción del momento exacto entre el antes y el después. Esta situación puede ser bastante angustiante porque pareciera que uno se quedo solo con su piedra clave y se perdieron todas las demás y esto es igual que vivir o sentir una especie de  exclusión o quedar temporalmente “homeless” y sin futuro claro. Pero si algo he aprendido cada vez que dinamito el arco, es que esa sensación es temporal y por nuestra misma naturaleza humana mas temprano que tarde, siempre se vuelve a construir. Aunque en verdad, lo que importa no es tanto tener el arco construido, sino tener la capacidad de construirlo uno y otra vez con una buena piedra clave, una mirada al futuro, un saco de imaginación y claro algo valor y mucha paciencia.

miércoles, 14 de enero de 2015

“Hay que vivir como se piensa, o se termina pensando como se vive” José Mujica

Como pensamos, que más bien es lo que creemos, se compone de muchas cosas. Desde el DNA de nuestros antepasados, hasta cada simple y sencilla frase que algún día alguno de nuestros padres, amigos o profesores nos dijo, sumado todo esto a algún modelo mental establecido por la historia de nuestra cultura. O sea que somos algo así como un paquetito de juicios que se consolida desde nuestras experiencias, donde se incluye tanto lo vivido como lo soñado y cuya característica es el ser o estar finalmente “educado”, que a su vez se entiende (aquí en México) como la obtención de los comportamientos más básicos como; saludar a las personas, no echar eructos y flatulencias en público, decir “mande” en vez de “que”, no masticar con la boca abierta y mucho menos hablar, hasta cosas más sofisticadas como dejar pasar a las damas, esperar a que todos tengan su plato en la mesa antes de comenzar a comer y por supuesto todas las acciones ecológicas y civiles como no tirar basura, recoger la caca de tus perros y dejar pasar siempre a los peatones, esto entre muchos otros ejemplos. El tema es que el paquete de esta educación es en una gran medida responsabilidad por supuesto de nuestros padres y en otra, también grande, de las instituciones que nos constituyen como cultura, sociedad y país, y si bien, el interés de los primeros, puede radicar en nuestro bienestar, pues el de los segundos, no tanto, y como estas segundas, y a veces los primeros, pasan el rasero a todas las personas por igual, pues las sutilezas de la educación muchas veces se confunden y quedan en un tema que no es ni blanco, ni negro o sea como un gris, que es lo mismo que algo que es difícil de entender y que normalmente cabe en algo así como un ¿Porqué? , que si bien lo piensas, es la palabra preferida de los niños.


Ser niño es el estado perfecto (casi casi como estar de viaje) y por alguna razón, en algo en lo que papás e instituciones coinciden, es en que a ese nuevo ser humano se le tiene que sacar de ese estado para llevarlo al estado de “adulto” cuya principal característica debería ser la “responsabilidad” (aunque realmente no se de donde salió eso, pues existen miles de pruebas que demuestran lo contrario). El caso es que en esta transición, pues es cuando se nos llena la cabeza de “por que´s” que normalmente no llegan a tener una respuesta satisfactoria y lo único que hacen es irnos transformando de niños a camellos, que se esperan dos horas después de comer para poder nadar, hacen la primera comunión sin entender qué significa, le pegan a una piñata para destruirla después de haberla escogido por bonita y dejan de tumbarse en cualquier piso cuando estan aburridos o cansados. Pero eso del Camello, no es que me lo haya inventado yo así de la nada. Resulta que según Nietzsche, después de eso de la educación, todos acabamos como camellos y pasamos gran parte de nuestra vida, sino es que toda, cargando una bola de preceptos sociales y morales apegados a un “deber ser” que es constantemente evaluado y juzgado por sociedades e instituciones. Pero no solo andamos así obedientes y cargando, sino que además la cosa esta diseñada para que nos sintamos orgullosos de las cargas y los preceptos que se nos asignan y dígase con eso, ser “bien responsables”, tener buenas calificaciones, tener trabajo, casarse y tener hijos, atender la tener casa, ser puntuales, peinarse, andar de traje, confesarse de los pecados y así, hasta sentirse orgulloso y feliz por el sacrificio que supuestamente uno hace.
A este tema que inicia con el camello, Nietzsche le llamó “La progresión del espíritu” y en cuanto lo leí, lo primero que vino a mi mente fué cuando en el 2004, tuve que echar para atrás mi declaración de “nunca más usaré traje y corbata” (que si no mal recuerdo fué por ahí del 1995) solo por la incomodidad que le generaba a mis jefes la posibilidad de que yo me vistieran “indebidamente” en las ceremonias de graduación durante mi periodo académico. Resulta que como lo vengo diciendo, después de “la educación” uno termina como Camello; cargador, orgulloso y obediente. Sin embargo, algunos de esos camellos empezamos a revelarnos cuando vienen los “porques” y sacando nuestras conclusiones en forma de “no usare trajes”, “no me cortare el pelo”, “no me casaré”, “no tendré hijos”, “no seré ama de casa”, “no quiero hacer las tareas”, “no le tendré miedo a mi jefe”, “no me quiero fajar la camisa” y así, cosas como las que hacen y dicen los niños, los artistas y los diseñadores y la metáfora de este acto de revelación es la que maneja Nietzsche en la figura de dejar de ser Camello para volverse un León, “el cual se revela contra los preceptos morales para iniciar una encarnizada lucha contra el Dragón”, mismo que por su lado representa todo aquello que domina al camello. El León es entonces la figura del “Yo quiero” y el Dragón del “Tú debes” y cuando el León triunfa sobre el Dragón, es entonces que aparece la última figura en forma de “el Niño”, cuya característica representa la libertad de juicio y por ende la libertad de acción, no para seguir los valores existentes sino para la creación nuevos valores. En resumen, el Camello obedece los preceptos y valores establecidos, el León lucha contra el Dragón el cual  defiende dichos preceptos y el Niño se libera para crear los nuevos preceptos y valores que regirán su vida.


De acuerdo a mi experiencia, el valor de esta progresión, no esta en la permanencia de cada figura. O sea no se trata de abandonar al Camello, luchar como León y regresar a ser Niños. Para mi, el valor está en conocer y entender cómo cada figura se comporta y utilizarla no sólo para transformar nuestro espíritu, sino para la transformación en general, diganse clientes, empresas, parejas, hijos y así. La transformación es una estrategia de acción y es la misma progresión en sí.


Tener la capacidad de pensar como niño, es tener el poder de la creación. Si vivimos pensando que somos creadores, podemos vivir creando. Lo bonito es que a fin de cuentas, uno sale de niño para volver a ser niño, y prefiero entender que no se puede volver sin haber sido una y otra vez Camello y León y cada vez que renace el niño es porque surgió de un León y un Dragón enamorados y que el resultado es un niño cuyo pensamiento y entendimiento del poder, contrario a lo que pensamos, es un tema mas de posibilidad que de fuerza.
He aquí el texto completo de la evolución del espíritu.


El poder del Camello
El camello es servicial, se encuentra especialmente ocupado de llevar a cabo los preceptos que se le han impuesto. La diligencia, hace arrodillarse al camello ante las cargas que se le han impuesto para llevarlas a cabo. Pero eso no es todo, sino que la fortaleza de la que el camello dispone para llevar a cabo los mandatos heredados son parte de su regocijo. La humillación propia es tomada como un valor, así como la dedicación a los otros. El camello es aquél que se arrodilla para recibir las cargas. El camello es el espíritu de carga, de sumisión a los valores y prácticas tradicionales.
El poder del León
En esta segunda figura vemos un espíritu que se encuentra decidido a enfrentarse al deber que implica lo tradicional. Este enfrentamiento lo figura Nietzsche entre el león y el dragón. Por un lado, el espíritu ya siendo león, ansía la conquista de la libertad allá en su desierto poniendo de manifiesto claramente su deseo: el “yo quiero”. Por el otro lado vemos al dragón que es la figura del “tu debes“, es decir, los anteriores valores del camello, ahora puestos ante el león para interponerse entre su decisión y la libertad. El dragón es todos los valores de lo tradicional que el león se atreve ahora a desafiar. El león es el espíritu desafiante que intenta conseguir liberarse de lo moral, destruyendo al anterior camello servicial y venciendo al dragón del “tu debes”.
El poder del Niño
La figura del niño es aquella que representa el tercer momento de la transformación del espíritu del hombre y es aquella que se encuentra en la posibilidad de llevar a cabo el momento positivo de creación de valores nuevos. Nos encontramos que el niño juega, y para este juego es preciso poder decir , para decidir crear efectivamente otros valores y poder (tras haberse retirado del mundo) conquistar su mundo mediante su voluntad. Nada queda entonces del camello ni del león en la figura del niño, ésta se encuentra encargada de la creación de los nuevos valores, es el espíritu creativo, con el cual se culmina en la transmutación de todos los valores.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

“Creo en la filosofía del poder empezar, ir hacia el principio una y otra vez y vivir infinitamente el milagro de la creación de una vida” Hannah Arndt

A veces pienso que esta vida se compone con espacios de lagos y espacios de montañas y la primer montaña podría ser esa de concebirse a uno mismo, que uno escala inconscientemente para de repente nacer y llorando llegar a su primer laguito, que algunos dicen que escogemos desde antes de llegar pero al parecer uno no se acuerda, cosa que es muy benéfica porque así no tiene culpa alguna. Ya uno nacido, empiezan a llegar las cucharas, los legos, las crayolas, las letras manuscritas y las matemáticas que son las cosas que nuestro sistema te empieza a poner a manera de pequeñas montañitas para irte entrenando en eso de la superación que básicamente dura unos 20 o 30 años para terminar establecido en un lago.

En los lagos lo que hace uno es estar y lo que tienen es que se puede vivir bien porque son lisos y planitos y tienen una clara diferencia entre donde te mojas y donde no y cuales son los peligros, por ejemplo el de ahogarse cuando no se sabe nadar. Otra cosa de los lagos es que, independientemente de su tamaño, uno sabe que tienen orilla, cosa que da mucha seguridad cuando las observas en los días soleados y cuando sabes que existen en los días de tormenta.

Por lo general en los lagos uno anda acompañado ya sea en botes, lanchas o barcos y hay quien llega los cruza y desaparece y quién se queda ahí dando vueltas de un lado para el otro conociendo todas las orillas y los recovecos. También hay quien anda cambiando de un barco a otro y hay quién se queda en su lancha propia en el centro sin cambiar y sin moverse. En los lagos a veces uno anda de pasajero, a veces de tripulante y a veces de capitán y aunque como digo, los lagos son muy seguros, pues nunca falta el barco que se hunde, el distraído que se cae al agua o el desdichado que lo echan fuera y es entonces cuando la orilla y saber nadar es importante y depende ahora si de cada quién, el tiempo que le tome salvarse. Hay quien rápido llega nadando a la orilla y se trepa a otro barco y quien se queda toda la vida ahogándose.

Las montañas se ven desde los lagos como “un paisaje”, o sea como algo “extra” aparentemente no importante y lo digo no porque no me gusten los paisajes, sino porque los paisajes son así, como cosas extra que sirven para echar suspiros. Hay gente que las mira y suspira y gente que no las ve y ni se entera que existen porque se la pasan mirando para abajo, que si el agua esta turbia, que si se esta secando el lago, que si huele feo y así. Otros las ven, suspiran, sueñan y van y se compran mapas, mochilas, cuerdas, cascos, tanques de oxigeno y todo para irse a la aventura, pero a la hora de la hora siempre encuentran un buen pretexto para no ir. Finalmente están los que las montañas son motivo constante de conversación simplemente porque al mirarlas suspiran y se inspiran. Las montañas funcionan de manera peculiar pues igual unas veces las miras y no pasa nada, y otras veces ¡zaz! , te despiertan la curiosidad robando tu atención y ocupando un lugar privilegiado en el espacio de tu conciencia. Hay montañas que te buscan y montañas que tu llamas. Es todo un juego de seducción donde llegan primero las preguntas, luego se echa a andar la imaginación, luego viene la ambición y cuando menos te das cuenta, tu alma ya esta preparándose para irse a escalarla, porque si, mientras que el cuerpo se queda en el lago, el alma se vuelve hacia la montaña.

Con lo que las montañas juegan es con nuestros futuros, porque si bien en los lagos parecen ser más certeros, por eso de que se ve todo el alrededor, en las montañas pues simplemente no se ve nada, las montañas nunca dejan ver lo que esconden y es precisamente por este bloqueo que parece que siempre te esconden algo diferente, mejor o mas emocionante. O sea que mientras en el lago el futuro se define con la mirada, en la montaña, se concibe con la imaginación.

Contrario al arguende de los lagos, a las montañas uno le entra solito, con el alma por delante y el cuerpo por detrás y aunque siempre hay gente que te alienta a ir y gente que trata de persuadirte por eso de los miedos, al final siempre serás tu el que la tiene que escalar y nadie mas y así aunque de lejos se veían bonitas, como de postal, pues ya estando ahí son frías, empinadas, tramposas, engañosas y muy retadoras y al igual que cuando escalas las de verdad, en estas también te da vértigo, te lastimas, te resbalas y tropiezas.

Al alma le toma su tiempo subir la montaña, pueden ser días, meses o hasta años, y mientras tanto pues ahí se queda el cuerpo nada mas sintiendo y la mente nada mas pensando y este desajuste, el del alma viajera, hace que vengan las dudas y las nostalgias por eso del lago que estas dejando y por  la cochina posibilidad de estarte equivocando. La medicina para el desajuste del alma es la paciencia y la fe, mismas que hay que ir dosificando hasta que llegas a la cima, pues el desajuste se calma cuando finalmente puedes ver lo que hay del otro lado.

Me encantaría terminar este diseñosofia diciendo que en el instante que  despliegas tu mirada desde la cima para ver todo lo que apareció, surge una catapulta que lanza al cuerpo para incorporarse al alma formando de nuevo al ser y así, ya todo junto, bajar triunfante la montaña con la satisfacción del logro, pero me temo que no es así. Una vez arriba, es prácticamente imposible que lo que imaginaste coincida exactamente con lo que encontraste y es ahí donde viene el segundo reto, que es el convertir en tu realidad lo que adelante aparece, pero no ahondaré en ese tema porque ya he escrito mucho al respecto en este mismo blog.

En la cima de la montaña y en el nuevo lago, al igual que en la escalada, la fe que tengas en lo que al inicio imaginaste es materia esencial. A veces te lo crees y te quedas en ese lago, a veces vuelve la imaginación y te vas a otra montaña, a veces no te lo crees y mejor te regresas al lago anterior, pero la verdad es que eso en realidad no importa porque lo que tiene cada montaña, aunque regreses al mismo lago, es que te da la posibilidad de volver a definirte como ser, ya sea igual pero mejorado o diferente y mas bueno o mas malo pero inteligente, quién sabe. El tema es que cada montaña es la oportunidad de volver a nacer, pero con la gran ventaja de saber todo eso que en tu primer montaña aún no sabias.